Y castiga sin postre al gigante, que la mira embutido en su ridículo
disfraz de conejo y su cara de niño grande. Blancanieves se ha enfadado, esta
vez con razón, ella hace lo imposible por reflotar la compañía, pero el ogro no
entiende que es el hazmerreír del público, que sus fauces desdentadas ya no
asustan a nadie. Intenta explicarle que son otros tiempos, que la grada quiere
acción y necesita sangre. El gigantón sonríe esquivo y, moviendo las orejas
blancas del disfraz, le promete que en la próxima función se comerá un niño. Ella
disimula la risa y, acariciándole la nuca, le da golosinas.
(*) Finalista semanal "Relatos en cadena SER".
(*) Publicado en Químicamente Impuro
(*) Finalista semanal "Relatos en cadena SER".
(*) Publicado en Químicamente Impuro