Sólo permanezco
yo en esta grada huérfana de ilusiones. Aquí sentado es fácil conjeturar la
carpa esplendorosa, rasgando el Universo. Puedo cerrar los ojos e
imaginarla. Se evaporó el público, no hay lanzadores de cuchillos, y los
animales, arrastrando cadenas de soledades, vagan perdidos sin látigo que
los azuce. Los caballos trotan desbocados por la pista; el prestidigitador
desapareció en su magia y los trapecistas ya no sobrevuelan la arena. Lloviznan
palomitas y algodones de azúcar. Diluvian recuerdos disfrazados de payaso. Los
sueños duermen, tal vez mueren. Ni siquiera deslumbran los focos. Se eclipsaron
las risas; enmudecieron los aplausos. Chirrían los goznes de la vida mientras
se ausculta la melodía del silencio, cercando las fauces de ese león que ya no
ruge. A lo lejos, entre remolinos de congojas, tu sombra huye
despedazada en mil fragmentos.
(*)Publicado en La Esfera Cultural.
(*)Publicado en La Esfera Cultural.