Brota disimulado en un recodo del sendero. Llega
con el crepúsculo, cuando el sol bosteza rendido y las sombras de la
tarde se diluyen en la lejanía. Levantan su carpa majestuosa, tejida a
base de hojas secas, madreselvas y pétalos de amapola. Un enjambre de
luciérnagas ilumina la función.
Pasen y vean: abedules con chistera,
conejos que son leones, el ciervo contorsionista, el ciempiés acróbata,
el erizo tragasables. El cuervo ventrílocuo y su muñeco el
espantapájaros. Arañas en monociclo que hilan incansables sus telas. Ciervos
malabaristas serpenteando por el alambre. Ardillas elefante y la garza barbuda.
Cierra la función el oso lanzador de cuchillos. Todos exhiben alegremente
sus habilidades: el abedul se saca palomas de la manga, el erizo embelesa con
su destreza, gimotea el muñeco en manos del grajo, salta el ciempiés más allá
de lo imposible.
Al finalizar la función resuena un
coro de abejas, el croar de las ranas, el arcoíris de los camaleones. El viento
silabea. Los árboles del bosque aplauden ensimismados. Algunos comentan
que esto no es en puridad un circo. Otros creen que lo hacen sólo por dinero.
Todos se equivocan.